Hace 1000 días, escuchamos muchas promesas, seguramente demasiadas. Generalmente, procedían de aquellos que, teniendo la obligación de preservar y proteger el patrimonio que nuestros mayores nos habían legado, no supieron hacerlo.
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Han transcurrido ya más de tres años, desde que se produjeron los terribles incendios que asolaron una buena parte de esta provincia, centrándose especialmente en la Sierra de la Culebra y en la comarca de los Valles y, con la perspectiva que siempre nos proporciona el paso del tiempo, es necesario echar la vista atrás y hacer una valoración de lo que ha acontecido en estos más de 1000 días.
Dicen que el tiempo cura todo, pero no es cierto. La tragedia siempre deja heridas profundas. Aunque pase el tiempo y logres sanar algunas, estas siempre dejan cicatrices que duran toda la vida.
Son irrecuperables las vidas que se perdieron por aquellos que trataron y consiguieron evitar que la tragedia resultara de mayores proporciones todavía. Esas vidas, el fuego, las cercenó y quedarán para siempre en nuestro recuerdo y serán lloradas por familiares y amigos, pero nunca volveremos a tenerlas entre nosotros.
Hace 1000 días, escuchamos muchas promesas, seguramente demasiadas. Generalmente, procedían de aquellos que, teniendo la obligación de preservar y proteger el patrimonio que nuestros mayores nos habían legado, no supieron hacerlo. No hicieron bien su trabajo y las consecuencias la sufrimos todos los demás, aunque para escapar del apuro que representaba reconocer su incompetencia, trataron de envolvernos con bonitas palabras y grandes promesas, que como hemos visto, no valen ni tan siquiera el papel en el que fueron impresas y aquellos mensajes que escuchamos a través de diferentes medios, se diluyeron con las ondas que se encargaron de reproducirlos y acabaron confundidas con el viento.
En los últimos tiempos, la climatología se ha mostrado un poco más benévola, las importantes lluvias que se han ido sucediendo en determinadas épocas del año, han conseguido que la naturaleza trate de renacer y los brotes de jaras, retamas y arbustos, que se producen en los montes, han maquillado temporalmente la tragedia que quedó a la vista de todos.
Tenemos demasiada facilidad para olvidar todo aquello que nos es penoso recordar y, uno de los riesgos que corríamos, era olvidarnos de aquellos días que nos hicieron pensar que nos encontrábamos en medio de un infierno. Susana, una joven fotógrafa de los Valles, que vio cómo las llamas llamaban a las puertas de su pueblo, creyó que era injusto que aquel suceso cayera en el cajón del olvido y se dispuso a hacer lo que sabía, con su cámara, fue reclutando a voluntarios de diferentes sectores de actividad económica y a través del objetivo, quiso plasmar en el epicentro de la tragedia, lo que muchos experimentamos personalmente y que de no ser por estas imágenes que se recogieron, resultaría imposible poder transmitir a otras generaciones la magnitud de lo que había ocurrido.
Ganaderos, labradores, jubilados, amantes de la naturaleza, todos quedaron inmortalizados junto a la devastación que se había producido y fruto de estas imágenes, se confeccionó un calendario que cubría dos objetivos; el primero que la tragedia no se llegara a olvidar y el segundo, recaudar fondos con las ventas de estos calendarios, para colaborar a resarcir a aquellos que lo habían perdido todo.
Todas las imágenes pueden seguir viéndose en el enlace: https://susanacabana.com
1000 días después, Susana, la fotógrafa que tuvo la iniciativa de este proyecto, ha querido reunir algunos de los que participaron en su iniciativa y el domingo pasado, convocó en Litos, a aquellos que pudieran asistir para comprobar si se había producido algún cambio significativo en el desastre que tuvimos que superar.
Seguimos teniendo la impresión, de que la historia no sirve para mucho y no aprendemos de aquellos errores que a lo largo de nuestra vida, vamos cometiendo para tratar de subsanarlos, porque tendrán que transcurrir varias generaciones, para que lo que el fuego arrasó, vuelva a encontrarse como antes de la tragedia y, ninguno de nosotros, volverá a contemplar la Sierra de la Culebra como antes destacaba.
Los robles, pinos y encinas, que se erguían vigorosos hace unos pocos años, se han transformado en esqueletos retorcidos y ennegrecidos, los por los que ha dejado de fluir la savia que los mantenía vivos y acabaran imitando a aquel olmo viejo de Machado, que acabará pudriéndose.
Es lamentable que esa regeneración anunciada, no podamos ver que se ha cumplido y cada vez que se vuelva a producir una tormenta seca, nuestro único recurso consista en rezar, para que ningún rayo involuntario caiga sobre el polvorín de un monte, que continuamos sin ser capaces de cuidar ni de proteger.
Almeida