En su fiesta de Las Cruces y los Fuegos de Mayo compiten dos calles por ofrecer los más espectaculares
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Un año más –y éste con más fuerza después de dos sin celebraciones–, el pequeño municipio de Los Realejos, en Tenerife, a los pies del Orotava y del Teide, ha vuelto a escenificar una vieja rivalidad entre dos calles que provoca el mayor espectáculo de fuegos artificiales que puede contemplarse en Europa. Toneladas de pólvora y una sofisticada tecnología dan como resultado un prodigio de luces y sonidos que estremece el cuerpo y conmueve el alma. Casi dos horas de explosiones, colores evanescentes, fuegos efímeros, tracas y relámpagos que iluminan y hacen vibrar las calles, y los barrios, de El Sol y El Medio en un raro homenaje a la Santa Cruz que desfila por sus callejas pero hace una parada entre cohetes porque también quiere contemplar este singular y exclusivo espectáculo que nace en unas campas aisladas pero también en las azoteas de muchas de las casas.
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“Hemos de agradecer especialmente en este año –comenta el alcalde de Los Realejos, Manuel Domínguez– con todo lo que supone este regreso a la normalidad, la paciencia y responsabilidad que ha mantenido la sociedad realejera para saber esperar el momento, y, ahora sí, dar al fin lo mejor de todos nosotros para volver a colocar a Los Realejos en el mapa internacional como uno de los lugares más destacados en cuanto a tradiciones y fiestas, donde nuestro Día de Cruz supone nuestro principal eje promocional, por el que tanta gente de tantas partes del mundo nos conoce, y eso se lo debemos sin discusión a los realejeros y las realejeras que han sabido coger el testigo y trabajar por y para estas celebraciones”.
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Una aparición milagrosa
Como ocurre con frecuencia, los símbolos religiosos –vírgenes, santos, cruces…– nacen de forma milagrosa a mitad de camino entre la historia y la tradición. De la cruz de Los Realejos se cuenta que en 1666 un jinete cruzaba el barranco del Pago de la Higa, cuando su caballo se detuvo bruscamente y se negó a seguir. El amo, molesto, lo azuzó para que caminara, y el caballo terminó tirándolo de la montura. Cuando el jinete se recuperó de la caída descubrió al animal escarbando la tierra. De entre las piedras asomó entonces una cruz de madera, y el hacendado, conmovido ante el acontecimiento, dispuso levantar una capilla en ese mismo lugar, el Montículo de la Suerte, que con el tiempo sería el templo del Apóstol Santiago (en conmemoración de la festividad en que los soldados castellanos dieron por finalizada la conquista de Tenerife). De aquella cruz solo quedaron unos pocos maderos que ahora están en el interior de una cruz de filigrana de plata (1677), que es la que desfila por las calles el 2 y 3 de mayo de cada año.
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Nada se hace al azar, las flores más pequeñas se colocan cerca de la cruz y a medida que se van alejando aumentan de tamaño. Los colores son muy variados y siempre en armonía, pero predomina el blanco. Y aunque las protagonistas son las flores, también cuentan los damascos y los doseles, el paño blanco sobre los brazos de la cruz que simboliza la Resurrección de Cristo, los búcaros de cristal o porcelana, los candelabros y las velas cubiertas por relieves en cera, los encajes, la alfombra… En algunos casos también hay una hogaza de pan y una jarra con vino que recuerdan la Última Cena.
Una larga historia
Todo empezó por una rivalidad entre dos barrios, incluso dos calles del mismo municipio, la calle El Sol y la calle El Medio; aunque también, según se dice, entre dos clases sociales bien diferenciadas: los propietarios y hacendados de las tierras por donde discurría la calle El Medio, también conocida como calle de los Marqueses, y los medianeros y pequeños campesinos de la calle El Sol. Así nació el “pique” que se remonta a 1770, aunque estos contrastes económicos tan pronunciados han desaparecido.
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Financiación vecinal
Una singularidad de esta fiesta y de sus fuegos artificiales es que se financian con las aportaciones de los vecinos; lo que se llama la “perra de la Cruz” es una tradición y una necesidad que lleva a pedir puerta por puerta el dinero que luego se invertirá en las fiestas, colaborando todos los vecinos y los simpatizantes con una cuota mensual que se engorda los últimos días cuando se hace la postrera recogida.
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Hoy, la antigua “guerra” es un motivo de fiesta que convierte a Los Realejos, en Tenerife, los días 2 y 3 de mayo en una de los pueblos más decorados y bellos de España. Pero lo que no ha cambiado es la esencia que siempre ha caracterizado estas celebraciones y que es la de venerar a la Cruz, acogiendo con los brazos abiertos a todos aquellos que vienen cada año a admirar la devoción y entrega que los vecinos de ambas calles ponen en la realización de una fiesta única e incomparable.