

En el corazón de Huelva, donde la tierra sangra óxido y el agua fluye carmesí, se esconde un paisaje que desafía toda lógica terrenal. La Cuenca Minera de Riotinto, un escenario de contrastes brutales donde la mano del hombre y los caprichos geológicos han esculpido un territorio que evoca más la superficie marciana que la cuenca minera. Aquí, entre cortas abismales, ríos teñidos de sulfuros y ruinas industriales que parecen esculturas posapocalípticas, se despliega una ruta tan fascinante como exigente: un viaje al centro de un planeta minero.
Odisea en Tierras Rojas
Pero el verdadero espectáculo aguarda en La Zarza. Esta mina abandonada en 1991 es una cápsula del tiempo industrial: malacates que ya no giran, vías que no llevan a ninguna parte, y una corta inundada cuyas aguas rojas —como vino tinto derramado sobre la roca— hipnotizan. Es el lugar perfecto para un selfie que desconcertará a tus seguidores: ¿Marte? No, Huelva.
El puente sobre el río Rivera Escalada pone a prueba los nervios. Estrecho, sin barandillas, con el vacío bajo los pies, exige cruzar a pie —mejor no mirar abajo— mientras el agua ferruginosa serpentea entre cañones. Al fondo, Minas de San Miguel, un pueblo fantoma que susurra historias de picos y dinamita.
Geología con Pasaporte Británico
La Corta Atalaya, con sus 335 metros de profundidad, es el coloso del territorio. Desde su mirador, uno se siente diminuto ante este anfiteatro de estratos rojos, ocres y negros, donde la NASA estudia bacterias extremófilas —clave para entender la vida extraterrestre—. No es casualidad que el río Tinto, con su pH imposible y su paleta de rojos, sea hermano científico del planeta rojo.
Sabores de la Tierra que Sangra
El Futuro de un Pasado Apasionante
Viajar a Riotinto no es solo recorrer un lugar. Es pisar otro planeta, escuchar el eco de una epopeya industrial y, sobre todo, comprender que la belleza a veces nace de lo más áspero.





