Versión clásica

6 de agosto de 939, la batalla de Simancas-Alhándega

La trascendencia de la batalla, la más importante, sin duda de la Edad Media hispana, o más bien de estos sucesos bélicos fue importantísima, llegando su conocimiento a todas las cortes europeas e incluso a Damasco

Ramiro II de León, el Invicto

Ramiro II de León, el invicto. Centro de Interpretación del Reino de León. Colección de cuadros de los Reyes de León. Fotografía: Martínezld

A pesar de las dudas que plantean algunos historiadores, basándonos en las diferentes crónicas que escriben sobre la batalla, consideraremos que el comienzo de la misma tuvo lugar en la fecha señalada, 6 de agosto del año 939. Estamos, entonces, a 1083 años del hecho bélico más importante de la Edad Media hispana… y tuvo que ser, una vez más, el Reino de León el que lo protagonizara.

¿Y cuáles fueron las causas para que se llegara a esta situación, considerando, como parece ser doctrina común (que, por cierto, no compartimos), que cristianos y musulmanes se respetaban y convivían, la mayor parte del tiempo, pacíficamente?

Destacaremos algunas. El Reino de Oviedo, se había enfrentado, en algunas ocasiones, con sus enemigos del Sur, pero, para estos, se trataba, únicamente, de un grupo, quizá, de irreductibles y fanatizados cristianos que se amparaban en la orografía para molestar, a veces, a quienes pretendían controlar toda la Península Ibérica, tras la caída de los hispano-romano-visigodos. El Reino Astur estaba muy lejos, no representaba grandes problemas y, además, se había creado una especie de desierto alrededor de las tierras del Duero que hacía de frontera y que venía sirviendo, a los unos y a los otros, para lanzar determinadas correrías en busca de un enriquecimiento fácil o incluso para capturar algunos enemigos que, posteriormente, serían esclavizados.

firma ramiro II de León

Firma de Ramiro II de León, el invicto

La situación parecía haber cambiado a partir de Alfonso III el Magno que ya venía utilizando ciudades al sur de la Cordillera Cantábrica (en concreto León y Zamora) y hasta había resultado victorioso en alguna de las batallas trabadas con sus enemigos musulmanes. Incluso esteescenario había ido evolucionando a peor, para los intereses del Sur, con la llegada al trono de Ordoño II (Batalla de Castromoros, primavera de 918) y la coalición creada con el rey de Pamplona, Sancho Garcés… bien a pesar de reveses tales como la derrota posterior de Valdejunquera (25 de julio de 920).

reino de leon en epoca de ramiro II

Fotografía: Wikipedia/William Robert Shepherd

La llegada al trono de su hijo Ramiro II (931-951), enérgico gobernante y con innegables dotes para dirigir a sus tropas en la batalla, consolidará el avance cristiano hacia tierras cada vez más alejadas, no solo del antiguo refugio de las montañas del Norte, sino de la propia capital del reino, León.

En este contexto, se producen una serie de hechos que van a exacerbar, aún más, los ánimos de quien detenta el poder en Córdoba; en ese momento, Abu ul-Mutárrif Abderrahmán ibn Muhámmad ibn Abd Allah ibn Muhámmad ibn Abderrahmán, conocido entre los cristianos como Abderramán III. En el año 929, desafiando a todos sus rivales e incluso al Califato de Damasco, se proclama Califa, es decir, no solo ejercerá como jefe civil sino religioso y sucesor legítimo del profeta Mahoma; ello le obligará a someter a todos sus enemigos, comenzando por los, cada vez más incómodos, cristianos.

No obstante, debía mostrar primero su poder en todos los territorios musulmanes y así fue sometiendo, en una hábil política de amenazas y concesiones, a todas las marcas y, especialmente, a las ciudades más alejadas geográficamente de Córdoba.

Abderraman III

Abderramán III

Sin embargo, en unas refriegas del Reino de Pamplona con el gobernador de Zaragoza, Muhámmad Ibn Háshim, conocido como AbuYahya o Abohaia, y en las que Ramiro había apoyado al rey cristiano, Abohaia se declara súbdito del rey de León, lo que encolerizó grandemente al califa. Era algo que no podía permitirse y, así, se dirigió contra su anterior aliado obligándole, de nuevo, a cambiar de bando. La ocasión fue aprovechada para enviar, entonces, el ejército califal contra Pamplona que capituló y su reina Toda se declaró vasallo de su sobrino Abderramán III, a quien visitó, en 934, solicitándole reconociera a su hijo García Sánchez como rey de Pamplona. La condición era que este reino debía romper las relaciones con el de León.

En esas circunstancias ya solo quedaba Ramiro; un rey con fama de poderoso (Ramiro “el Diablo”) al que un califa no podía tolerar. Según él mismo afirmara “había que segar las flores que sobresalen peligrosamente en el jardín”.

El momento parecía haber llegado de exterminar a ese molesto Reino de León y quizá, con ello, recuperar la política ya olvidada de expandir el poder musulmán sobre el resto de Europa. Sin duda era un objetivo digno de un verdadero califa…

El enfrentamiento estaba servido y no quedaba más que reunir tropas y buscar un lugar en el que medir las fuerzas de ambos contendientes.

Ramiro2Leon

Ramiro II, según una miniatura del Tumbo A de la Catedral de Santiago de Compostela. Fotografía: Wikipedia

El objetivo de Abderramán III era, sin duda, Zamora, la ciudad reconquistada por Alfonso III en 901. La situación de Zamora la convertía, no solo en la avanzadilla del Reino, sino en el punto central de un futuro dominio sobre toda la línea del Duero. Por eso, si Abderramán tomaba Zamora, el resto sería relativamente fácil.

El lugar para detener al ejército musulmán no fue elegido por Ramiro por puro azar. Simancas, la Septimanca de los vacceos, que se encontraba situada en la calzada que unía las poblaciones de Cesar Augusta (Zaragoza) y Emerita Augusta (Mérida), por lo que representaba una vía de comunicación importante, era un lugar ideal para la vigilancia de todo tipo de ataques que pudieran provenir del Sur musulmán. Al tiempo, ofrecía al rey leonés, dado su conocimiento del terreno, algunas posibilidades de enfrentarse con éxito al gran ejército que se había levantado en su contra. Situada a unos 90 km al este de Zamora, permitía detener al enemigo, con la ventaja de un río (el Pisuerga) y unas colinas, antes de que este llegara a la ciudad. Allí ubicó su ejército compuesto, fundamentalmente, de gallegos, asturianos y leoneses, consciente de la importancia de lo que se jugaba en el envite, pero confiando en su instinto de guerrero avezado en el combate.

Hasta allí hizo llegar también las tropas de los diferentes condes del Reino, especialmente Asur Fernández y Fernán González y las de su aliado el rey de Pamplona, García Sánchez I, hijo de Sancho Garcés I y de la reina Toda Aznárez.

zamora muralla

Poco se habla de la importancia de Zamora en el Reino de León. Fotografía: Martínezld

De cualquier modo, Ramiro era consciente de que contaba con un arma fundamental, además de su conocimiento del lugar, la caballería pesada leonesa que habría de desarbolar, sin mayores problemas, a la caballería del califa. Incluso para la infantería musulmana, la vista de aquellos caballos tan protegidos y cargados de metal, debía ser aterradora. ¿Cómo enfrentarse a ellos?

El califa, que había declarado la guerra santa contra el infiel, cuyos bandos se habían publicado en los finales del año 326 de la hégira, llegaría a reclutar un ejército de unos 100.000 hombres (cifra que es incluso aportada por los cronistas musulmanes), en el que se encontraban tanto mercenarios como militares profesionales, africanos bereberes y tropas aportadas por las diferentes marcas, anteriormente contra el poder del califa. Todos ellos debían reunirse en Toledo, donde llegaron el 14 de julio de 939, para, atravesando el Sistema Central por el puerto de la Tablada, dirigirse hacia la línea del Duero. A principios del mes de agosto ya los tenemos acampados en la ribera del río Cega.

centro interpretación del Reino de León

Guerrero leonés. Centro de Interpretación del Reino de León. Fotografía: Martínezld

La seguridad en la victoria era tal que, en los púlpitos de todas las mezquitas, no se rogaba por la victoria, sino que se agradecía a Allah habérsela concedido. Hasta ese punto llegaba la confianza en la fuerza congregada y que la misma sería capaz de acabar con el rey Ramiro y sus seguidores.

Ante esta situación, es fácil imaginar el estado de ánimo de los cristianos que, al parecer, se enfrentaban al futuro más negro que habían vislumbrado en sus vidas. Y, para colmo de males, en los días previos a la batalla tuvieron lugar un par de acontecimientos que vendrían a debilitar, aún más, la poca confianza que muchos tenían ante el avance del ejército que fue denominado gazat al-kudra, Campaña del Supremo Poder o de la Omnipotencia. Al parecer, y según varias crónicas, en concreto, el Cronicón de San Isidoro de León, el Cronicón Burguense y el de Cardeña, nos refieren “una gran llama, saliendo del mar, incendió villas y lugares, abrasando hombres y bestias. Dentro del mar, los peñascos quedaron calcinados y grandes incendios prendieron en un barrio de Zamora y en Carrión y Castrojeriz…”.

Puede parecer algo poco creíble, mas, lo que sí está comprobado, puesto que también fue registrado en Italia, es que, el día 19 de julio, se produjo un eclipse de sol hacia las 9 de la mañana, de una hora de duración. Posteriormente, y durante 8 noches seguidas los desconcertados habitantes de la mayor parte de la Península pudieron contemplar un enorme cometa al que se atribuyó toda clase de males.

El sentimiento de pánico colectivo había prendido en unas gentes absolutamente supersticiosas que estaban convencidas de que aquello no podría ser más que un anticipo del fin del mundo. Por esta razón, incluso el comienzo de la batalla se demoraría aún unos días

la batalla de Simancas

La batalla de Simancas. Fotografía: Ayto. Simancas

En esas circunstancias se produce un primer enfrentamiento, en la margen derecha del río Pisuerga, próximo al pueblo de Simancas, al parecer, el día 6 de agosto de dicho año 939, con resultado nada concluyente. Lo que sí quedó absolutamente demostrado fue la ventaja de la caballería pesada leonesa, bien pertrechada, que había vencido claramente, como previsto, a los caballos de los enemigos que se encontraban, además, demasiado fatigados por la gran cabalgada desde Córdoba o desde Mérida. Mas eso no sería más que el principio de varios días de lucha.

El ejército califal tomo la iniciativa y atacó con todas sus fuerzas. Esto hizo que los cristianos retrocedieran fijando nuevas posesiones, según las crónicas musulmanas, en “un monte alto”. La caballería había, una vez más, cumplido con las expectativas de Ramiro impidiendo incluso la entrada de las tropas enemigas en la ciudad.

castillo de simancas

Castillo de Simancas. Fotografía: Wikipedia/Fundación Joaquín Díaz

La batalla sigue su curso y, según se desprende de los escasos relatos que del desarrollo de la misma nos han llegado, lo que hay de cierto (incluso por las consecuencias posteriores) es que la coordinación escaseó entre los diferentes generales de aquel inmenso ejército. En algunas crónicas se llega a afirmar que determinados responsables del mismo se negaron a obedecer las órdenes del mandatario más importante, Nayda ben Husayn, dado que se trataba de un eslavo(el califa, siempre desconfiado, especialmente del posible ascenso de los chiitas, había optado por hacer descansar la administración sobre este tipo de personas); posteriormente, esta decisión les costará incluso la vida. Ello, como es lógico, benefició claramente a los cristianos cuyo ejército, aunque más pequeño, luchaba de forma más coordinada y compacta.

En esta tesitura, y como viera el soberbio y arrogante Abderramán que, después de 3 días de duros combates, no había conseguido nada de lo que se había propuesto y, por lo mismo, poco podía esperar ya de aquel enfrentamiento con las tropas de Ramiro, incluso, ¿por qué no pensarlo?, ante la constatación de una enorme pérdida en vidas de los suyos, decide retirarse. Entiende, en su petulancia, sin embargo, y así lo hace señalar para que sea transmitido a Córdoba, que, al menos, parte de sus objetivos han sido cumplidos y que “regresa como vencedor”. Los cristianos han recibido una dura lección, eso afirma, por lo que no deberían seguir en su política de ocupación de nuevas tierras.

La decisión del califa o de su lugarteniente, el arriba nombrado Nayda ben Husayn, es entendida, sin embargo, por Ramiro, a pesar también de sus innegables pérdidas, como una retirada en toda regla y decide perseguir a sus enemigos.

Ramiro II de León

Estatua de Ramiro II de León en la plaza de Oriente de Madrid. Fotografía: Martínezld

Y aquí, volvemos a señalarlo una vez más, las diferencias e incluso la escasa información de los cronistas, tanto cristianos como musulmanes, es algo que nos impide ser excesivamente precisos en los pormenores de lo acontecido posteriormente. Sí podemos colegir que, las pérdidas de ambos contendientes son grandes, llegando, por ejemplo, el Cronicón de San Isidoro a cifrarlas del ejército enemigo en unos 3.000 hombres (para otros, hasta 20.000), a pesar de que las crónicas musulmanas siguen insistiendo en que los cristianos perdieron a muchos de sus hombres y pasaron por momentos de verdadera dificultad y hasta de falta de víveres. Este dato hace menos comprensible aún la retirada del ejército de la Omnipotencia, decisión que les llevará a un desastre mayor aún, al cabo de algunos días: Alhándega.

De este modo, el mermado y desmoralizado ejército musulmán se dirigió hacia el este, siempre perseguido y hostigado por los cristianos, por la margen derecha del río Duero hacia Atienza, aprovechando la circunstancia para asolar cuanto encontraron a su paso.

Y así llegamos a un lugar de triste recuerdo para los perdedores que, con todo, no ha podido ser fijado con total seguridad. Algunos hablan de un barranco en las cercanías de Simancas, algo poco probable puesto que el desenlace final se produjo, presumiblemente, el día 23 de agosto (las fuentes musulmanas apuntan al día 21). Otros sugieren una zona próxima a Atienza, Caracena, en la provincia de Soria o Albendiego, en Guadalajara que es por lo que apuestan renombrados historiadores como Luis Antonio Gómez Moreno.

A favor de la hipótesis de Caracena está, sin embargo, no solo el hecho de que fuera una buena ruta de retorno a Córdoba para el ejército califal, sino que encontramos una apoyatura en la propia toponimia; según ciertas fuentes consultadas, este pueblo, en la época de referencia se denominaba Al-handega. De ahí la denominación posterior de la batalla: Alhándega.

alhandega batalla de simancas

Batalla de Simancas/Alhandega. Fotografía: Amigos del Museo de Soria

De cualquier modo, Ramiro, que intuía esta vía de escape, ordenó a parte de sus tropas se adelantasen para, apostándose en lo alto de un barranco, lanzaran todo tipo de objetos sobre el ejército califal lo que causó numerosísimas bajas. La zona de escape era tan estrecha que, en las fuentes musulmanas, se cita que algunos se despeñaron y otros se atropellaron y pisotearon entre sí, en su intento de fuga de aquel espantoso lugar en el que terminó pereciendo la mayor parte de aquel contingente de tropas que, en el diseño primero, serían las que acabarían con el Reino de León.

Incluso el califa fue herido y estuvo a punto de perecer, por lo que, huyendo del lugar con su guardia personal, tuvo que abandonar el real y todo su contenido, en el que se destaca su espléndido Corán y su cota de malla de oro. El primero le será restituido por Ramiro, como señal de buena voluntad, en los finales del año 941, en el marco de las negociaciones para alcanzar una paz con Córdoba y en la devolución también de alguno de los más señalados prisioneros de guerra, como su antaño aliado Aboyahia o el pariente del califa Muhammad ben Hásim, eso sí, previo pago de un rescate acorde con la importancia de la persona.

La trascendencia de la batalla, la más importante, sin duda de la Edad Media hispana, o más bien de estos sucesos bélicos (Simancas-Alhándega) fue importantísima, llegando su conocimiento a todas las cortes europeas e incluso a Damasco. Los historiadores franceses insisten en la repercusión de la misma, sobre todo en orden al hecho de haber detenido los intentos de Abderramán III de recuperar la política de invasión musulmana hacia otras zonas de Europa.

Para Ramiro supuso, además de asentar su prestigio como hombre de estado y consolidar la importancia del Reino de León o el propio simbolismo de haber conseguido derrotar a tan gran ejército enemigo, la posibilidad de asegurarse nuevas líneas de defensa de su reino y repoblar ciudades como Salamanca o Ledesma, llegando en esa política hasta el río Tormes.

Por lo que hace a su rival, el califa Abderramán, a partir de ese momento, no participaría, personalmente, nunca más, en batalla alguna contra los cristianos; se dedicará, más bien, a embellecer su ciudad con espléndidos edificios. Pero, antes, los culpables de aquel fiasco debían pagar su traición: 300 fueron crucificados como traidores… y eso que “sus” cronistas intentaron, por todos los medios, minimizar los hechos, como si no hubiera sido un enorme desastre. Con una honrosa excepción, Lisan al-Din ibn al-Jatib, en su obra A’mal al-a’lam o “Gestas de los hombres”, escrita hacia 1370. Todavía en esa época recoge el impacto que supuso la terrible derrota de Simancas. En su relato abunda en la prepotencia del califa, causa primera de aquella debacle.

Claro que, por lo que hace a los cronistas cristianos, la visión fue totalmente contraria y se iría, incluso, magnificando al hilo de los días. Según algunos, hasta se aparecieron, en ayuda de los hombres de Ramiro, nada menos que Santiago, por parte de los leoneses, y san Millán, que posteriormente sería nombrado patrón de Castilla, en apoyo a los castellanos.

centro interpretación del Reino de León

Sala dedicada a Ramiro II y la batalla de Simancas en el Centro de Interpretación del Reino de León. Fotografía: Martínezld

Un breve apunte aún en cuanto a las crónicas musulmanas; es curioso constatar que, en algunas de ellas, se cita al Reino de León con el nombre que había recibido de los romanos: Galaecia; no debemos entender por ello que estén equivocados o que se trate de Galicia, en su configuración actual, sino a esa realidad que incluso existió como reino suevo hasta el año 585 en el que, tras la batalla del río Órbigo, fue conquistado por Leovigildo, rey de los visigodos. Incluso se cita la propia Batalla de Simancas como “una batalla contra Rudmir, rey de los gallegos”.

En resumen, una gran gesta de parte de los leoneses que, cuando encuentran líderes que saben conducirles, como en el caso del gran Ramiro II, son capaces de las mayores hazañas, incluso guerreras. Pruebas hemos dado a lo largo de los siglos.

  • Textos: Hermenegildo López
  • Fotografías: Martínezld

Utilizamos cookies

Este sitio web utiliza cookies para medir y obtener datos estadísticos de la navegación de los usuarios, y que el visitante tenga la mejor experiencia de usuario. Puedes configurar y aceptar el uso de cookies a continuación.

Más información
Configuración Aceptar todas