Entonces, ¿quién hizo realmente España? La respuesta, como aludíamos, es mucho más difícil que la pregunta, por lo que vamos a ceñirnos a lo que podríamos denominar el campo de nuestra reflexión: la Edad Media y el Reino de León.

Escultura de Fernando I de León en el Ayuntamiento de Valencia de Don Juan. Fotografía: Martínezld
Como se sabe, en el momento en el que nace Castilla como reino, tras la desgraciada decisión de Fernando I de León, de origen navarro, a la hora de repartir sus dominios, el Reino de León ya lleva caminando por la historia nada menos que 155 años. Y ello si consideramos únicamente los años de capitalidad legionense; es sabido que nuestra opinión es otra muy diferente puesto que estamos ante el territorio poblado por una “etnia” que los romanos denominaron ástures. Es más, ni siquiera la fecha de 910, como el inicio del “Reino de León” es del todo aceptada puesto que ya, desde Ordoño I, se comienza a utilizar el campamento de la Legio VII como alternativa a Oviedo, sede del Ovetao regnum.

Alfonso VII en el mosaico de la Estación de San Bento en Oporto. Fotografía: Martínezld
Pero volviendo al final del reinado de Fernando I, conviene recordar que, en aquellos momentos, el Reino de León era el más poderoso de la Península, que la mayor parte de los reinos de Taifas le pagaban tributos (parias) a cambio, simplemente, de la garantía de no ir contra ellos. Así, Sevilla, Badajoz, Toledo, Zaragoza, Denia,… Si tenemos en cuenta los límites del propio Reino de León, puesto que ya se había conquistado Coímbra en su parte más occidental, ¿no estamos ya ante alrededor de la mitad de la Península ibérica bajo dominio o influencia directa del Reino de León? Basta con echar una simple ojeada a un mapa para constatarlo. Y ello sin referirnos a las conquistas de Alfonso VI su hijo (Toledo, por ejemplo).
¿Y qué decir de la separación de Portugal ocurrida en la época del Emperador Alfonso VII, hijo de Urraca I de León? Por eso hemos de tener en cuenta que, cuando se afirma que Portugal se separó de España (o de Castilla), o se está hablando de la época de Felipe II o, si se retrotrae el hecho a la segunda mitad del siglo XII, es una absoluta falsedad; ni existía España ni siquiera podemos afirmar que se la esperara como se configuró luego.

Escudo del Reino de León. Escudo del Reino de Castilla. Fotografía: Blasón.es
De hecho, la muerte del citado Emperador Alfonso (por mejor decir, las consecuencias de ella, por el testamento que suponía la división del Reino/imperio en dos entidades: León y Castilla) fue una verdadera tragedia para el Reino de León; fue casi su canto del cisne. Las visitas a los reinos de la Península ibérica del cardenal diácono Bobone, legado a latere de los papas Anastasio IV y Alejandro III, y posteriormente elegido él mismo para la sede de Pedro, como Celestino III, trajeron como consecuencia el desgarro del Reino cuando éste había conquistado ya, aunque brevemente, es cierto, Córdoba, Jaén o Almería. Obsérvese, de nuevo, un mapa y júzguese hasta dónde se había extendido el Reino que, en un momento determinado, allá en los albores de su historia, había sido denominado “el Asturorum Regnum”. ¿Qué quedaba, entonces, por “hacer”? ¿Quizá, más bien, por deshacer? No en vano, algunos completan la frase motivo de esta reflexión con un añadido muy significativo: “Castilla hizo España… y Castilla la deshizo”. Avancemos una variante; ¿por qué no afirmar que “León hizo España y Castilla la deshizo”? Naturalmente quedaría por responder una pregunta que también viene martilleando la cabeza de muchos pensadores de nuestra historia: pero, realmente, ¿qué es España?
Situémonos de nuevo en el momento de ese desgraciado segundo reparto del Reino (los humanos no escarmentaremos nunca de nuestros errores pasados ni estaremos dispuestos a asumir que las mismas causas entrañan las mismas consecuencias… léase aquello de que “quien no conoce su historia está condenado a repetirla”).
Sabemos que los caminos de ambos reinos se separaron (incluso con enfrentamientos sangrientos entre ellos), pero el Reino de León mantuvo su herencia y su vocación de respeto a las leyes plasmadas en los Fueros, nacidos para la historia hispana en época de Alfonso V, allá por los años 1017 y 1020. Podemos incluso afirmar que los mismos habían surgido en una, sin duda, recuperación de sus costumbres ancestrales basadas en la vida en común, en el respeto del individuo y en el concejo, institución que favorecía la intervención de todos y cada uno en los asuntos de la colectividad. Y esa doctrina, esa visión del cosmos leonés se conservaría durante el reinado de Fernando II, en el que concedió multitud de fueros a muchas ciudades y villas, de los que el más significado sería el de Benavente, alcanzando ese caminar su plenitud con la llegada de Alfonso, su hijo, al trono de sus antepasados.

Fotografía: Martínezld
Así fue que, en 1188, fecha también del fallecimiento de su padre, un 18 de abril, en la basílica del Santo Isidoro (la sede regia), este reino alumbraba el Parlamentarismo, antes que nadie y con mejor calidad democrática y continuidad en el tiempo que ninguno de los que le siguieron. ¿Cómo no imaginar, entonces, una Hispania nacida a la luz de esa antorcha leonesa que iluminaba las tinieblas donde reinaba la fuerza bruta y preconizaba el respeto a la ley, protegía al individuo y sus bienes, defendía incluso a los que menos tenían y respetaba la diversidad?
Sin duda, muy diferente de lo que surgió más tarde y que se inspiró en una ideología opresiva de cruzada, una persecución del diferente, un centralismo asfixiante, un imperio que actuaba bajo el nombre único de Castilla, en clara desconsideración con el resto de los que ponían su sangre, su esfuerzo, su vida y su fortuna al servicio de un ideal que venía siendo publicitado desde el poder; un poder central en absoluta disonancia con la propia historia y devenir de la Península.
¿Y cinco siglos más tarde aún seguimos? Si hemos de hacer caso de nuevos eslóganes, nacidos en esta Tierra leonesa, ante la falta de libertad para enfrentar solos un futuro trazado por nosotros mismos, como “Castilla ahoga”, la respuesta no parece entrañar demasiadas dudas… al menos por “la zona noroeste del país” donde la ideología choca contra la realidad y las aspiraciones del leonesín de a pie, harto de una situación que le impide progresar, hacer planes para un mejor futuro, desarrollar una vida en los límites de su Tierrina, contemplar sin zozobra el devenir de sus hijos y nietos que huyen por miles buscando oportunidades en otros lugares… Y todo ello por una razón muy simple: una vez más le han sacrificado en la pira de la historia (una historia estúpida, hecha a la medida de algunos) y en aras de unos intereses espurios y ajenos a sus más primarios deseos, dicen que “Por intereses de Estado”. Ahora sin embargo no estamos ni en la Edad media ni ante una decisión que viniera de Roma de manos de un papa o una curia que no toleraba desviaciones religiosas ni aun políticas; fue simplemente un mal hijo de esta tierra el que dispuso que la misma no tuviera acceso a lo que las demás tuvieron sin el menor esfuerzo: su autogobierno, la libertad de labrarse un camino por la historia futura en aquel momento de ansias de libertad…
Incluso algunas se acostaron como tierra castellana y se levantaron siendo y hasta ¿sintiéndose? otra cosa ¿Por qué no? Aquí debimos despertarnos en la cara oculta de la historia y nos ocurrió todo lo contrario; “nos acostamos leoneses y quieren que nos hayamos levantado castellanos”. O peor aún, híbridos sin historia con los que poder jugar a capricho de los vientos mesetarios…
“Te cambiarán tus recuerdos y serás lo que ellos quieran” ¿O no? Cuarenta años intentándolo y aún hay leoneses que siguen luchando por su libertad… Eso ya es un triunfo innegable, pues solo se pierde de entrada una batalla cuando uno no se enfrenta al enemigo, abandona el campo, renuncia a sus ideas y deja de luchar por ellas. Eso no parece ser patrimonio de los buenos leoneses que siguen luchando para no perder su historia, su cultura, sus oportunidades de futuro, su manera de entender la vida,… su alma, en suma.
- Texto: Hermenegildo López González
- Fotografías: Martínezld